Los elementos químicos tienen un origen extraterrestre. Los más básicos, el hidrógeno y el helio, se originaron en el Big Bang. El resto lo hicieron en reacciones de fusión en el interior de las estrellas (donde también se obtiene helio «quemando» hidrógeno) y, los más pesados que el hierro, en explosiones de supernova. Es a la muerte de las estrellas que los elementos «cocinados» por ellas se liberan al medio interestelar quedando a disposición de un futuro uso: asteroides, planetas, nuevas estrellas, seres humano… Sí, somos «polvo de estrellas», como afirmaba Carl Sagan, el gran divulgador y científico americano. Pero polvo que vive.

La asociación de elementos químicos constituyendo primero moléculas simples que van ganando en complejidad puede comprenderse intuitivamente, sin embargo, ¿cómo surge la vida? El bioquímico ruso Oparín propuso una teoría para explicar este paso transcendental de moléculas complejas a organismos simples. Stanley Miller y H.C. Urey basándose en su teoría hicieron una «sopa» de metano, amoníaco, hidrógeno y agua, e intentaron reproducir las condiciones reinantes en la Tierra primitiva con descargas eléctricas e irradiación con rayos X. El resultado fue la aparición de aminoácidos, azúcares y bases nitrogenadas, los ladrillos necesarios para el ADN y el ARN y las proteínas. Sin ellos los seres vivos tal y como los conocemos no existirían.

Pero los procesos químicos no son únicamente algo que sucede en la naturaleza sino que el ser humano ha aprendido a hacerlos en su propio beneficio. Empezó con el fuego, una reacción química, y actualmente la contribución de esta ciencia a la vida cotidiana es inconmensurable, pese a ser poco reconocida y un poco denostada en beneficio de «lo natural», como si la Naturaleza, nuestro propio organismo incluido, no fuera pura química.

La industria química responde a las necesidades de una población inconsciente de su omnipresencia. La Química está detrás del desarrollo de antibióticos y vacunas. También de la asepsia en las intervenciones quirúrgicas. Y de los detergentes para el hogar. Del grifo sale agua que podemos beber gracias al uso de agentes potabilizadores como el cloro. Ha permitido erradicar enfermedades y, también, permitir al ser humano dedicarse a otras tareas que la mera supervivencia. Por ejemplo, ir al espacio, una actividad que ha exigido el desarrollo de nuevos materiales que después han dado el salto a la vida cotidiana. O hacer deporte, donde la resistencia y la ligereza de las herramientas utilizadas son factores a tener muy en cuenta y permiten batir records continuamente. Las bicicletas actuales son pesos pluma comparadas con las de hace cien años. O el arte. Descubrir cómo trabajaban los pintores en el pasado requiere mucha química, lo mismo que la conservación del patrimonio que nos dejaron. Y la realización de fotos, películas y sistemas de reproducción musical. Afirmar que «la química está en todas partes», como suelen repetir sus incondicionales, no es sólo un bello slogan vacío de contenido. Sin ella es imposible comprender nuestro mundo.

El 2011 es el Año Internacional de la Química (International Year of Chemistry, IYC2011). Fue proclamado por la Asamblea General de la ONU en diciembre de 2008 y su lema reza: «Química: nuestra vida, nuestro futuro». Este justo enaltecimiento de esta ciencia será el marco de múltiples actividades de divulgación de la misma pues uno de sus objetivos principales es que sea conocida, y reconocida, por el gran público. Se busca destacar el importante papel que puede representar en el avance hacia un desarrollo sostenible que exige, por ejemplo, nuevos métodos de producción de energía o la obtención de materiales de bajo impacto en el medio ambiente. Retos como la reducción de las emisiones de efecto invernadero necesitan de desarrollos químicos. La alimentación de una población mundial, que se contará en 9.000 millones de personas en 2050, según estimaciones de la ONU, no será posible sin su concurso.

La química moderna es relativamente reciente. Se considera que su progenitor fue en el siglo XVIII el francés Antoine Laurent de Lavoisier, miembro desde muy joven de la reputada Academie des Sciences. Una de sus grandes aportaciones fue afirmar que la masa no se crea ni se destruye, sino que se conserva en las reacciones. Asimismo, su uso de la balanza en todos los experimentos dio un gran impulso a esta ciencia. Descubrió con ella la composición del aire y del agua y el mecanismo de las combustiones, entre otros. Su esposa, Marie-Anne Pierrete Paulze, fue una gran colaboradora de Lavoisier. Es de recibo recordarla en este Año Internacional de la Química que recuerda los logros de una científica excepcional conocida como Marie Curie.Y es que 2011 coincide con el centenario del Premio Nobel de Química a Marie Sklodowska-Curie por el descubrimiento del radio y el polonio, que pocos años antes había compartido el Premio Nobel de Física con su marido, Pierre Curie, y con Antoine Henri Becquerel. El IYQ quiere, aprovechando esta efeméride, serun reconocimiento internacional a la contribución de las mujeres al avance científico, especialmente en esta disciplina. También conmemora el siglo transcurrido desde la fundación de la International Association of Chemical Societies, precursora de la IUPAC (International Union of Pure and Applied Chemistry), que junto a la Unesco se encarga de gestionar esta celebración.

En suma, una celebración que durará 365 días en los que la Química no sólo estará cotidianamente presente en nuestras vidas, esto es así queramos o no, sino que se nos recordará constantemente que está allí y sus intríngulis. Con un poco de buena voluntad acabaremos siendo un poco más sabios sobre el mundo en el que vivimos. Recuerde la próxima vez que prepare la comida, cocinar no es otra cosa que provocar reacciones químicas. Lo mismo que tantas otras cosas.

 

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